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TÍTULO: La conciencia económica socialista: problemática de máxima prioridad estratégica para Cuba

AUTORES:

 

Dr.C. SANTIAGO ALEMÁN SANTANA

Cubano. Doctor en Ciencias Económicas. Profesor Titular. 63 años de edad y 44 de experiencia docente. Miembro de la Comisión de Grados Científicos y del Consejo Científico de la Escuela Superior del Partido “Ñico López” y de la Directiva del Consejo de las Ciencias Sociales, del Consejo Asesor del CITMA y del Consejo Científico de la Asociación Nacional de Economistas de Cuba en Villa Clara. Ha dirigido diversos trabajos de investigación, cuyos resultados han sido reconocidos, introducidos en la práctica docente y publicados como artículos, ensayos y libros. Entre los libros publicados se encuentran “Bosquejo histórico del proceso de cooperación socialista de la agricultura cubana”, “El modelo cooperativo campesino en Cuba”, “Cooperativismo de la reforma en Cuba”, “El cooperativismo en Cuba: dos ensayos”, “Mujeres villareñas en lucha por la emancipación” y “Recursos humanos y perfeccionamiento empresarial en Cuba”.   

Correo electrónico: inmescar@vc.cc.cu   

Teléfono: 206041

 

MSc. ORLANDO SAROZA MONTEAGUDO

Cubano. 65 años de edad. Máster en Estudios Sociales. Profesor Auxiliar de la Escuela del Partido de Villa Clara, con 46 años de experiencia. Miembro del Consejo Científico del Centro. Ha participado en decenas de eventos científicos nacionales e internacionales y publicado artículos y ensayos en materias económicas.   

 

MSc. JORGE PÉREZ MÉNDEZ

Cubano. 62 años de edad. Máster en Estudios Sociales. Profesor de la Escuela del Partido de Villa Clara, con 40 años de experiencia. Miembro de los equipos de investigación sobre cooperativismo y perfeccionamiento empresarial, con resultados presentados en diversos eventos científicos nacionales e internacionales, reconocidos y publicados.

 

Santa Clara


La conciencia económica socialista: problemática de máxima prioridad estratégica para Cuba (Primera Parte)

Por: Santiago Alemán Santana, Orlando Saroza Monteagudo y Jorge Pérez Méndez*

 

NOTA INTRODUCTORIA

 “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.[1] (…) “Cuando un pueblo deja atrás el analfabetismo, sabe leer y escribir, y posee un mínimo indispensable de conocimientos para vivir y producir honradamente, le faltaría vencer todavía la peor forma de ignorancia en nuestra época: el analfabetismo económico”.[2]

Según el criterio de los autores no existe mejor forma de propiciar la comprensión inicial más exacta de la extraordinaria importancia que para Cuba asume hoy la batalla por la consolidación de la conciencia económica socialista del pueblo en su estrecho vínculo con el desarrollo de la propiedad social, su realización socioeconómica, la identidad productor–propietario y el incremento de la eficiencia de todos los procesos, que a través del pensamiento crítico del artífice, marxista-leninista consecuente, conductor y líder indiscutible de la Revolución: Fidel Castro Ruz.       

La actualización del modelo de construcción socialista emprendida en Cuba hoy, dadas las circunstancias tanto internas como externas, impone más que nunca antes el estudio de la interrelación dialéctica entre la propiedad social socialista, su realización socioeconómica, la identidad productor–propietario, la conciencia económica socialista y la eficiencia económico–social, como problemática de especial trascendencia teórica y práctica por su estrecho vínculo con los destinos de la Revolución y el Socialismo.

Recordamos que allá por los años ochenta, cuando se discutía el tema de investigación para el doctorado “La realización socioeconómica de la propiedad cooperativa en Cuba”, que exigía exponer primero la visión general respecto a la propiedad social, varios cientistas sociales lo cuestionaron argumentando que esa no era una categoría establecida en las ciencias económicas y que ningún tipo de propiedad se realiza plenamente. Esto coincidió con la peregrina discusión en curso entonces sobre el fin del período de transición en Cuba. Por suerte la mayoría apoyó los argumentos esgrimidos en defensa del tema, la investigación se realizó y los resultados se discutieron con éxito y se publicaron.  

Al inicio de los años 90 se produce el derrumbe del socialismo en Europa, incluida la Unión Soviética, cuyo Partido y Estado, habían declarado su ubicación histórica muy cercana al comunismo. Sobreviene todo un período de incertidumbre, cuestionamientos, olvidos, traiciones, pero también de búsqueda reflexiva de explicaciones y salidas.

La desaparición de la Unión Soviética, traumática para Cuba desde todos los puntos de vista, en particular porque origina una crisis económica de extraordinario impacto en todos los ámbitos, legó en especial al pueblo cubano importantes lecciones que no deben olvidarse si se pretende fortalecer la Revolución y el Socialismo, entre otras:

1) Las apreciaciones incorrectas sobre la realidad por una parte de los decisores impiden asumir estrategias y políticas a tono con las exigencias de cada momento y lugar; 2) la revolución socialista resulta reversible, especialmente por factores internos; 3) las causas del derrumbe del socialismo son multifactoriales, pero la debilidad de la propiedad social como fundamento del sistema en construcción, por los obstáculos que le imponen las deformaciones en las relaciones de producción nacientes a su realización socioeconómica, que a su vez torpedea la conformación de la identidad productor–propietario e impide el desarrollo de la conciencia económica socialista y su conversión en factor decisivo de la necesaria eficiencia económico-social empresarial y de todo el sistema, aparece como elemento esencial.

Retomemos a Marx, Engels, Lenin y Che. Ellos conciben el comunismo no como un ideal al que haya de sujetarse la realidad sino como el movimiento real que suprime los males de la sociedad capitalista.[3] Ernesto Guevara enfatiza: “El comunismo es un fenómeno de conciencia, no se llega a él mediante un salto al vacío, un cambio de la calidad productiva o el choque simple entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción”[4] y sentencia: “Podemos decir que la definición del socialismo es muy sencilla; se define por la productividad que está dada por la mecanización, por el empleo adecuado de las máquinas al servicio de la sociedad, y por un creciente aumento de la productividad y la conciencia(...)”.[5] 

La cuestión consiste en que el fundamento de ese movimiento real, transformador, no puede ser otro que la propiedad social, es decir, las relaciones de cooperación, humanistas y solidarias, surgidas en virtud de la apropiación sobre los medios de producción y resultados del trabajo, cuya existencia y maduración depende del funcionamiento adecuado de las vías, conductos o mecanismos que posibilitan su realización, en la producción directa, la distribución, el intercambio, el consumo y la dirección: mecanismos participativos en todo el ciclo de dirección (asambleas, emulación, contactos directos, comunicación dirigentes-dirigidos con sus métodos y estilos), condiciones de trabajo, mecanismos distributivos y de cambio (sistemas de pago, ingresos reales, capacidad adquisitiva, precios), consumo real (condiciones de vida, acceso a la superación y los servicios básicos), etc.   

Junto al establecimiento de ese fundamento se opera la conformación de la identidad productor–propietario, con sus nuevas dimensiones, que es un proceso coincidente esencialmente con el desarrollo de la nueva conciencia económica que particulariza la naturaleza del socialismo. Identidad y conciencia que fructifican como resultado de la realización socioeconómica de la propiedad y se convierten en fuerzas transformadoras, factores decisivos en la necesaria elevación de la eficiencia económico–social de la empresa y de todo el sistema socioeconómico en construcción.

De manera que el conocimiento de la interrelación dialéctica entre los procesos reseñados y su utilización práctica asumen sentido estratégico prioritario para todo dirigente revolucionario que tome el rumbo de la construcción socialista. Contribuir a la comprensión de esta problemática es el objetivo central del presente trabajo.

LA IDENTIDAD PRODUCTOR—PROPIETARIO

Resulta importante exponer sintéticamente los significados, al interior de la tradición marxista, de los términos productor y propietario, para extraer conclusiones sobre su identidad en la práctica cubana.

Por productor se entiende el sujeto social cuya actividad consciente genera bienes o servicios, es decir, valores de uso que sirven a la reproducción del proceso productivo mismo y del hombre como sistema de relaciones. En esa interacción de los hombres con la naturaleza y entre sí, la creación de riqueza material en forma de instrumentos de trabajo, equipos, tecnologías, instalaciones o artículos de uso y consumo tangibles, ocupa un lugar central. Pero esto presupone reconocer además, primero, el creciente papel de determinados servicios que condicionan la capacidad productiva del hombre y, segundo, la extraordinaria significación de la riqueza espiritual que singulariza la propia naturaleza humana.               

Con el término propietario se designa al sujeto social, cuya interacción con los demás se caracteriza esencialmente por su capacidad de apropiarse los medios de producción y los resultados del trabajo, hecho que puede dimensionarse desde el plano individual, hasta el colectivo o el social.

En ambos casos se trata de construcciones lógicas que expresan determinadas relaciones sociales con carácter objetivo e histórico.

Sin duda, la identidad o no-identidad del productor y el propietario signan esencialmente el curso de la historia humana. Así por ejemplo la producción y la propiedad comunitarias particularizan las relaciones en los albores de la humanidad. En los marcos de la producción mercantil simple, presente en diversas formaciones socioeconómicas, los campesinos y artesanos son productores y a su vez propietarios privados. La esclavitud y el feudalismo, en lo fundamental, significan la ruptura de la identidad, puesto que unos pocos hombres se apropian las condiciones de trabajo, el producto de éste e incluso la integridad física de otros, mientras la enorme mayoría, constituida por los productores de riqueza, es total o parcialmente enajenada,  despojada de los bienes y derechos como seres humanos.

Para Marx la enajenación es un fenómeno histórico vinculado a la propiedad privada y el sistema de relaciones que ella engendra, porque la actividad de los hombres y sus vínculos se convierten en fuerzas ajenas y hostiles a ellos mismos. “La enajenación no se manifiesta sólo en el resultado final, sino igualmente en el acto mismo de la producción, en la propia actividad productiva (...) es un trabajo forzado. No es una satisfacción de una necesidad, sino sólo un medio para satisfacer toda clase de otras necesidades, pero no la de trabajo”.[6]

Por su parte, el capitalismo es el reino de la total enajenación del obrero, donde la dicotomía productor–propietario adquiere dimensiones cada vez más crecientes. La objetivación del trabajo deviene enajenación del trabajo, pues su producto es ajeno, no pertenece al productor sino al propietario del capital. El trabajo es un proceso entre mercancías compradas por el capitalista (medios de producción y fuerza de trabajo) que le pertenecen, cuyo resultado es propiedad de él y no del obrero. “El divorcio entre el producto del trabajo y el trabajo mismo, entre las condiciones objetivas de trabajo y la fuerza subjetiva del trabajo es, pues, como sabemos, la premisa real dada, el punto de partida del proceso capitalista de producción”.[7]

El proceso de producción capitalista, enfocado en conjunto, reproduce constantemente el mundo mercantil, la generación de plusvalía, el régimen del capital, es decir, la explotación del hombre por el hombre: de un lado el burgués como propietario y de otra el obrero asalariado como productor directo de algo que no le pertenece. El proceso continuo de conversión del excedente económico generado por los obreros (plusvalía) en capital conduce inexorablemente a la concentración y centralización de éste. En la marcha objetiva del proceso llega el momento en que “el monopolio del capital se convierte en grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Ésta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados (...) expropiación de unos cuantos usurpadores por la masa del pueblo”.[8] Nótese que para Marx el propio desarrollo capitalista condiciona objetivamente el cambio revolucionario y el pueblo es su gran protagonista.

Los clásicos del Marxismo fundamentan el papel de la lucha de clases en las transformaciones revolucionarias y el lugar de los obreros y su vanguardia en ella. Pero de ningún modo minimizan la participación de las demás fuerzas sociales, al contrario, consideran la revolución social, el socialismo, como única salida a los problemas de la humanidad y obra de las grandes masas, del pueblo.

El comunismo, cuya primera fase, el socialismo, aparece hoy no sólo como resultado del desarrollo del capitalismo sino como condición para el desarrollo de los países del “tercer mundo”, es concebido por ellos “(...) no como un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad (...) sino como el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual”.[9] Por tanto, el socialismo es ese proceso histórico inevitable que tiende a la ruptura con la enajenación del hombre, es decir, a la liquidación de la propiedad privada capitalista y todo el andamiaje económico, socio-político, jurídico, ético y de toda índole, vinculado a ella, y a la construcción de otro modo de producir y vivir completamente distinto, basado en la conversión de los productores, de los trabajadores, en verdaderos propietarios conjuntos de los medios de producción fundamentales y de los resultados del trabajo.

Para Marx, la propiedad social, que ha de sustituir a la propiedad privada capitalista es “(…) una propiedad individual que recoge los progresos de la era capitalista: una propiedad individual basada en la cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los medios de producción producidos por el propio trabajo”.[10] En esta definición se destacan tres momentos esenciales que permiten comprender el fundamento socioeconómico de todo el sistema de relaciones que implica la construcción socialista, y su concreción práctica, es decir, su realización efectiva: 1) se trata de una propiedad individual en tanto que refleja la unidad del productor, el trabajo y la apropiación de los resultados; 2) la cooperación como forma de socialización de los medios de producción a escala de toda la sociedad y bajo su dominio y regulación; y 3) la posesión colectiva de los medios de producción como premisa de que los resultados finales pertenecen a los productores, a los trabajadores, al pueblo.

La construcción del socialismo, en su esencialidad, significa un proceso largo y complejo de conformación de la identidad productor–propietario, en una escala desconocida hasta entonces por la sociedad, cuya maduración continua ha de propiciar la expresión cada vez más plena de la naturaleza humana, en los ámbitos individual, colectivo y social, en la medida que encuentran concreción en la práctica los nuevos derechos vitales del hombre que acompañan y definen esa identidad, a saber, entre otros: acceder a un empleo seguro remunerado justamente, explotar colectiva y eficientemente los medios puestos a su disposición por la sociedad, contar con condiciones que faciliten la humanización del trabajo y los más altos niveles de desempeño, acceder de manera continua a la superación profesional y cultural, recibir de forma directa una parte del valor del producto creado en correspondencia con la cantidad y calidad del trabajo aportado, ser estimulado material y moralmente en virtud de los resultados finales del trabajo individual y colectivo, recibir por la vía de los fondos sociales de consumo una porción significativa del ingreso neto social, participar en la toma de decisiones estratégicas, de políticas y administrativas; en fin, cada individuo adquiere el derecho a trabajar, vivir y expresar todas sus potencialidades como legítimo hombre libre, en los marcos de un verdadero colectivo y de una sociedad marcada por la equidad y la justicia. 

Pero, la identidad productor–propietario es el estado deseado y necesario en el socialismo, al que podrá arribarse luego de una lucha tenaz en todos los ámbitos. La concreción de los derechos no resulta de su plasmación teórica, más o menos completa, en determinados documentos, sino del proceso real de realización socioeconómica del productor–propietario de nuevo tipo, socialista.            

LA CONCIENCIA ECONÓMICA SOCIALISTA

Recuérdese que para Marx y Engels “(…) los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas (…) pero los hombres son reales y actuales (…) la conciencia no puede ser otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres en su proceso de vida real.[11] (…) No es la conciencia de los hombres la que determina su ser; por el contrario, su ser social es lo que determina su conciencia”.[12]

Pero la conciencia social es reflejo activo del ser social. Este reflejo no se produce por la influencia inmediata del ser, sino a través del prisma de los intereses y las necesidades de cada clase, grupo social o de la sociedad en su conjunto. Es por ello, que a la conciencia social socialista no le son inherentes el espíritu de lucro, la monetarización, el burocratismo, el acomodamiento, la altanería, la arrogancia, la prepotencia o la falta de espíritu crítico y autocrítico. No obstante, dichas deformaciones se manifiestan en la conciencia de la sociedad socialista en construcción y su existencia indica, en cierta medida, las fallas e insuficiencias de  la labor ideológica; aunque en ello inciden varios factores, entre otros, el grado de desarrollo material de la sociedad, la inmadurez de las relaciones en producción que nacen, la herencia ideológica del pasado, las deficiencias y los errores cometidos en la conducción de los procesos.

“Errores de la Revolución han contribuido a estas cosas negativas que tenemos que combatir, porque así no se construye el socialismo, corrompiendo a la gente no se construye el socialismo, entregando dinero fácil a la gente no se construye el socialismo, renunciando a la conciencia no se construye el socialismo”.[13]

Como es conocido, la conciencia se distingue, de un lado, por dos niveles en el alcance del reflejo: empírico y teórico, y de otro, por el carácter del sujeto en cuestión: individual y social, donde la última de ningún modo es la sumatoria simple de la primera. De otro lado, dada la diversidad de los fenómenos y relaciones sociales que se reflejan, la conciencia, tanto individual como social, en su composición muestra diversas aristas diferenciadoras: económica, política, ética, estética, etc. El presente trabajo centra su atención en el componente económico, sin olvidar el enfoque sistémico.

Pablo Guerra Bonachea y Alberto Peña García fueron de los primeros autores en conceptualizar la conciencia económica como forma particular de la conciencia social, al distinguirla de la política, sin minimizar la significación de ésta en la revolución socialista.[14]

Para Olga Rosa Cabrera Elejalde “(...) la conciencia económica es la forma de la conciencia social, que constituye el reflejo más cercano y directo del ser social que brota de una base económica dada, es producto de la interacción de los sujetos sociales en la actividad económica, de donde emerge un sistema de opiniones y concepciones acerca de la vida económica”.[15] Coincidimos en lo fundamental con el criterio anterior, sólo habría necesidad de recalcar, primero, que se trata de un reflejo activo de la realidad económica que se constituye en núcleo de la cultura y es fruto de la educación económica en todos los ámbitos y por todos los medios, y segundo, que por su contenido se refiere a sentimientos, costumbres, ideas, concepciones, etc, pero que se convierten en convicciones que deben traducirse en acciones, en fuerza transformadora de la realidad.

La conciencia económica socialista y la conciencia de productor–propietario de los trabajadores constituyen fenómenos coincidentes, pues concebimos esta última como un proceso complejo de surgimiento y desarrollo de sentimientos, concepciones y convicciones que reflejan acertadamente las relaciones establecidas entre sí, y se concretizan en la actitud ante el proceso de producción, distribución, intercambio y consumo de los bienes y servicios, como resultado del funcionamiento de todas las vías y mecanismos de realización de los intereses.[16]

El surgimiento de la nueva conciencia económica entre los trabajadores sigue una difícil trayectoria. Lenin enfocó el cambio del siguiente modo: “Se trata de transformar las costumbres mismas, emporcadas y corrompidas por mucho tiempo por la maldita propiedad privada de los medios de producción (...) Trabajaremos con objeto de desarraigar esa regla maldita de <Cada uno para sí y Dios para todos>, para desterrar la costumbre de ver en el trabajo sólo una carga y considerar justo el trabajo retribuido de acuerdo con ciertas normas. Trabajaremos para inculcar en la conciencia, en los hábitos y en las costumbres cotidianas de las masas la regla de «Todos para uno y uno para todos»”.[17] Se trata de desbrozar el terreno para establecer nuevas relaciones sociales, una nueva disciplina del trabajo, un nuevo tipo de economía y un nuevo modo de reflejarla y de actuar.   

Sólo con el entusiasmo no se construye el socialismo, pero tampoco sin el entusiasmo consciente y revolucionario.[18] Cada trabajador debe palpar que su perspectiva personal se encuentra indisolublemente ligada a la del colectivo y del país. Cuando los objetivos coinciden con los motivos que mueven la acción del trabajador, se crean convicciones, las cuales conducen a la formación de una jerarquía voluntaria de los motivos que guían su conducta.

La experiencia vital directa de cada trabajador en su entidad constituye el punto de partida en el largo, complejo y contradictorio proceso de formación de la conciencia de propietarios–productores socialistas. La cuestión reside en que cada persona capta, en primer lugar, los fenómenos que permanecen en la superficie de las intrincadas relaciones económicas. La comprensión transita de los intereses materiales personales a los colectivos y sociales. El descubrimiento de las esencias requiere tiempo. No es fácil que cada trabajador comprenda su “ser” copropietario de la riqueza, de todos los frutos del trabajo social, y que la ecuación individuo-colectivo-sociedad, en el socialismo, no es de contrincantes antagónicos, sino diferencias en una unidad orgánica, contradictoria e indestructible.

El reflejo exacto de las relaciones económicas por los trabajadores, o dicho de otro modo, la conciencia de productores–propietarios, implica una penetración en la naturaleza de los fenómenos y una actitud práctica de amo hacia los objetos de propiedad común: ahorrar al máximo, velar por la utilización racional y eficiente de los recursos, luchar por su multiplicación en beneficio de todos. En la medida en que cada trabajador asume tal actitud hacia el trabajo y los bienes comunes, la coincidencia entre la manifestación superficial de las relaciones económicas y su esencia intrínseca se hace cada vez mayor.

Las viejas costumbres y opiniones no desaparecen de una vez, ni al unísono en todos los trabajadores por el hecho de eliminar la propiedad capitalista. Para ello se requiere tiempo. La esencia de la propiedad social puede ser tergiversada en el plano de la representación individual. La construcción de una auténtica colectividad laboral es la forma de asumir la solución a esta contradicción, puesto que sólo a través de ella el trabajador aparece como individuo verdaderamente libre.

Los elementos de carácter material determinan en última instancia el movimiento histórico. Pero los procesos particulares, en muchos casos, se deciden, no por razones de última instancia, sino por cuestiones políticas e ideológicas. El desarrollo social es también fruto de la conciencia. Como muestra la práctica histórica, no existe reproducción de relaciones económicas sin producción de ideas, pues, siempre media la toma de conciencia. Por su parte la conciencia política es decisiva porque estructura todo el reflejo consciente.

Parece claro que las relaciones ideológicas, en su carácter objetivo, condicionan el comportamiento de los trabajadores, ya que en la medida en que los principios sociales se concientizan como valores, se forman convicciones según las cuales actúa el  hombre. De manera que resulta sumamente importante emplear, junto a los mecanismos económicos, el trabajo ideológico, de forma que se propicie el reflejo más exacto posible de la realidad, la toma de conciencia de los intereses claves y la lucha para materializar las ideas.

Precisamente “uno de los más difíciles retos del trabajo ideológico es lograr que el trabajador se sienta dueño colectivo de las riquezas de la sociedad y actúe en consecuencia”.[19]

La conciencia económica socialista se concreta en la actitud de constante preocupación de los trabajadores por la búsqueda creadora de soluciones a los problemas de la entidad. Esa es la garantía del triunfo de la empresa estatal, como lo es, en el plano más general, la activa participación de todo el pueblo en la victoria de la construcción socialista.

El socialismo es un fenómeno, como diría el Che, de producción y conciencia, en cuya base se encuentra la realización socioeconómica del productor–propietario. La experiencia histórica más reciente, con la desintegración de la Unión Soviética y el derrumbe del Campo Socialista, ha demostrado que la materialización de los intereses de los trabajadores en general determina la existencia del socialismo.

Sólo la acción sistémica de todos los sujetos de dirección puede ofrecer al trabajador, primero, un ambiente realmente democrático donde pueda expresar sus potencialidades creadoras y, segundo, una atención esmerada que contribuya a reproducirlo como verdadero productor–propietario socialista.

Para Cuba, así como para toda la humanidad, la lucha por el socialismo es la única alternativa posible de libertad y desarrollo. Pero de hecho, las problemáticas de la realización socioeconómica de la propiedad social y el desarrollo de la conciencia económica socialista en el país están muy lejos de haber sido resueltas. Incluso, tanto en la concepción, como en la aplicación del perfeccionamiento empresarial, proceso de singular significación estratégica, se manifiestan limitaciones, que afectan la conformación de los hombres y mujeres propios del socialismo. Esos, entre muchos otros argumentos, justifican el proceso de actualización del modelo económico emprendido en Cuba sobre la base de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, aprobados en el VI Congreso de los comunistas cubanos, celebrado en abril del 2011. De modo que el perfeccionamiento de los mecanismos económicos y políticos de la construcción socialista aparece como primera prioridad estratégica y los trabajadores se conciben como diseñadores y protagonistas de los cambios necesarios.     

LA ATENCIÓN AL TRABAJADOR

 

La educación económica es parte insoslayable de la educación comunista. Incide grandemente en la formación del hombre nuevo, contribuye al desarrollo de su conciencia. La conciencia económica socialista es fruto de todo un proceso educativo, donde la   participación real de todos los trabajadores en la dirección de la economía, aparece como mecanismo formativo de singular significación.

La más plena participación directa de los trabajadores en la dirección de todos los procesos, dada su doble naturaleza de productores y propietarios, resulta condición básica de su definitiva liberación; es la médula de la llamada atención al hombre, vista ésta en el plano más general.  

Ernesto Che Guevara, una vez más da muestras de la extraordinaria agudeza de su pensamiento, su capacidad integradora y su visión de futuro, cuando, refiriéndose a los trabajadores, señala: “es preciso acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la total conciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana (...)”.[20]

El logro de los objetivos económicos, políticos y sociales del socialismo, depende, en gran medida, de la activa participación de los trabajadores en todos los procesos. Por eso, todos los sujetos de dirección, desde la base hasta los niveles centrales, deben propiciarla.

Los trabajadores se realizan como productores–propietarios en la medida que aportan sus conocimientos, ideas, experiencias e iniciativas en la toma de decisiones sobre los problemas cardinales que enfrentan la entidad, la economía y la sociedad, y contribuyen con su esfuerzo a la ejecución de lo acordado.

Los cuadros en general, y los de la economía en particular, deben interpretar siempre y ser portavoces de los anhelos e intereses de los trabajadores. De otro modo no funciona la economía socialista. Al respecto vale el planteamiento del Che a los administradores estatales: “(...) si no alcanzamos a recibir del pueblo su voz, que es la voz más sabia y más orientadora, si no alcanzamos a recibir las palpitaciones del pueblo para poder transformarlas en ideas concretas, en directivas precisas, mal podemos dar esas directivas”.[21]

La participación directa de los trabajadores en los asuntos de la construcción socialista en el ámbito empresarial se efectúa mediante diferentes formas, entre las cuales se encuentran: la asamblea de producción o servicios, la emulación, las comisiones de trabajo y el contacto permanente entre los cuadros y sus subordinados. El comportamiento de estos mecanismos participativos expresa la medida en que los trabajadores actúan como productores y propietarios colectivos. Su perfeccionamiento constituye una de las salidas esenciales a los problemas actuales vinculados al funcionamiento de la economía y la consolidación de la conciencia económica socialista. Ésta ha de ser una de las principales direcciones de trabajo de todos los sujetos de dirección, y especialmente, del movimiento obrero cubano. De modo que el socialismo sería sólo una quimera sin la participación activa y creadora de los productores–propietarios, del pueblo, en los asuntos de todas las entidades. La verdadera democracia es, vale subrayarlo, condición esencial y garantía de la eficiencia productiva y la efectividad social de la empresa de todo el pueblo y de todas las entidades socialistas.

Pero la participación de los trabajadores en el proceso de toma de decisiones por las diferentes vías, si bien expresa elementos esenciales, no agota de ningún modo el contenido medular de la democracia socialista, vista en su integralidad. El hombre es la principal fuerza productiva y su bienestar es capital; además, se trata del dueño. Entonces, la atención multilateral al trabajador, en su sentido concreto, es condición primaria para su consagración al trabajo, y base objetiva de la toma de conciencia sobre su cualidad de productor–propietario socialista. Aquí resulta decisiva la actividad de todos los sujetos de dirección, en particular la de los ejecutivos empresariales.

Entendemos por atención a los trabajadores el proceso complejo y dinámico, diseñado y ejecutado por todos los directivos, que supone la creación de condiciones: 1) técnico–materiales apropiadas (trabajo, alimentación, vivienda, salud, transporte, deporte, cultura, recreación), 2) socio–económicas (organización, normas, salarios, utilidades, premios) y 3) psicológico–políticas (clima de seguridad y confianza, preocupación por los problemas personales y familiares, reconocimiento social), que propicien la expresión práctica de todas las potencialidades individuales y colectivas. Se trata, en resumen, de un sistema integral de estímulos que posibilite la materialización de los intereses de los trabajadores, en todos los planos[22], su formación como verdaderos hombres y mujeres propios del socialismo.

Pero los intereses representan un sistema sumamente complejo determinado por la dialéctica de la interrelación entre fuerzas productivas, relaciones de producción y superestructura. Ellos, como las necesidades que expresan, asumen un contenido material o espiritual y se dimensionan en los planos individual, colectivo y social. En la construcción socialista domina la tendencia a la unidad de los intereses, pero debe recordarse que las relaciones sociales que les sirven de fundamento encierran toda una gama de contradicciones.

El contenido, las formas y medios de realización de los intereses, están dados por la realidad objetiva. Pero una vez que la necesidad se hace conciencia se transforma en fuerza motriz fundamental de la acción recíproca entre los trabajadores, individual y colectivamente, y las condiciones materiales de su existencia, al actuar como motivación e incentivo de la actividad.

Teóricamente está claro que el papel rector en el sistema de intereses corresponde a los sociales, en tanto determinan los objetivos generales de la actividad de los hombres y median entre la necesidad y el accionar de los mismos. Además, se entiende que los intereses sociales tienen un gran sentido político[23] pues se vinculan a las clases y sus luchas como fuerzas motrices del desarrollo humano, pero los movimientos políticos no tendrían sentido si no se basaran en razones económicas. De otro lado, lo social no existe sino en lo colectivo y lo individual, tanto en el plano político como en el económico.

La construcción socialista depende de la conjugación armoniosa de los intereses en todos los planos. Los destinos de cada individuo, de cada colectivo y del país en general aparecen entrelazados estrechamente. Pero el reflejo exacto de esa interdependencia real, sólo resulta de un largo proceso de maduración, en el cual la certera atención al hombre aparece como factor decisivo.

En la práctica generalmente se manifiesta en un primer plano la oposición entre los diferentes niveles del interés material y entre éste y el interés espiritual en los marcos de la individualidad.

El trabajador accede a la lucha revolucionaria impulsado especialmente por móviles económicos y sociales. Ahí está la motivación inicial que lo lleva a transformar la sociedad. De otro lado, la conexión económica objetiva de la producción con el consumo se manifiesta, en primer lugar, a través del interés material personal; cada trabajador ha de sentir realmente en el consumo individual el resultado de su actividad laboral, en relación directa con la cantidad y calidad del trabajo aportado. Nunca deben olvidarse las ideas de Lenin relativas al trabajo de choque y el papel de los sindicatos, en su conocida polémica con Trotski: “ (...) no se trata de cantar loas a las tesis, sino de dar pan y carne (...)”.[24]

El interés material personal es punto de partida del proceso de conformación del interés material común que refleja la necesidad de desarrollar la producción social para garantizar el bienestar general. Pero en la vida real, el interés material proyecta la inclinación de cada trabajador a recibir altos ingresos. Justa aspiración que puede deformarse, como de hecho ocurre, cuando aparece la tendencia a obtener altos ingresos personales sin correspondencia con el trabajo aportado o el ansia de ganar sin trabajar.

Ahora, el interés individual, como fuerza motriz del desarrollo de la economía socialista, supone la emulación, la ayuda mutua y el afán común por mejorar el trabajo de cada cual, del colectivo y de la sociedad en su conjunto; supone la lucha consciente por generar el mayor excedente económico posible en aras del bienestar personal, colectivo y social. De manera que el interés material individual no se opone al moral sino que lo presupone. Por tanto, la motivación del hombre pasa por la utilización de estímulos materiales y morales.

Todo directivo cubano debe recordar el llamado de Lenin: “Esforzaos por construir al comienzo sólidos puentes que lleven al socialismo (...) no basándonos directamente en el entusiasmo, sino en el interés personal, en la ventaja personal, en la autogestión financiera, valiéndonos del entusiasmo engendrado por la gran revolución. De otro modo no os acercaréis al comunismo”.[25]

Lenin expone con claridad lo inevitable de la utilización del interés personal, mediante la estimulación material. Pero de ningún modo  niega el papel del entusiasmo revolucionario y de las medidas educativas, dirigidas a la transformación de las formas de ser y pensar del hombre. La absolutización de la estimulación material aleja al hombre del gran objetivo estratégico. El socialismo exige, junto al desarrollo de la producción, la formación del hombre nuevo como fenómeno de conciencia. Entonces, la  estimulación moral, entendida integralmente como sistema de medidas educativas, de persuasión, reconocimiento y el enfoque político en la solución de cada problema económico, tiene carácter decisivo, para, junto al alto resultado productivo, alcanzar un saldo favorable en la conformación de la conciencia socialista del trabajador, factor que a su vez influye considerablemente sobre la producción. Como argumenta Fidel Castro “(…) no se puede ser socialista sin pensar que la conciencia es el factor fundamental (…). [26] 

Los sujetos de dirección, al nivel de cada eslabón primario de la producción y los servicios, de la economía nacional y de la sociedad en su conjunto, necesitan conocer el sistema de intereses a fin de utilizar de manera exitosa las formas y medios de realización  adecuados, para multiplicar los resultados en todos los sentidos.

En la construcción socialista, la motivación laboral, la participación de cada hombre en el proceso de toma de decisiones y en el cumplimiento de los objetivos de su colectivo y el fomento del sentido de pertenencia a su entidad, aparecen como elementos sumamente importantes para lograr que el trabajo se convierta en una forma de realización personal, como fuente de la riqueza y del bienestar individual, colectivo y social.

Un sistema de estímulos verdadero, realista, armónico y dinámico, constituye la vía magistral para el perfeccionamiento de la propiedad social y la plena realización socioeconómica del productor–propietario porque posibilita la unidad entre el funcionamiento eficiente de la economía y la atención al trabajador como sujeto de la producción y de la dirección, cuyo resultado final es la conciencia económica socialista, convertida, a su vez, en fuerza material transformadora.

Resulta sumamente importante recordar que la eficiencia se concibe como resultado de la conciencia económica en su sentido transformador; pero la eficiencia posibilita el cambio positivo de la realidad y, por tanto condiciona la transformación de la conciencia. Se trata de una interacción dialéctica donde el hombre conoce la realidad, comprende sus intereses, se forma convicciones, asume posiciones y actúa como un ente nuevo que multiplica sus motivaciones y actividad transformadora, aumenta la productividad del trabajo, disminuye los costos, eleva la calidad y propicia el mayor efecto social posible. 

Determinar el grado de eficiencia económico-social conque trabaja cualquier entidad, viene a ser como dimensionar la conciencia económica alcanzada por su colectivo o definir el grado de realización de los trabajadores como verdaderos productores–propietarios socialistas.

“Nosotros tenemos que plantearnos cuáles son los objetivos de tipo económico y social, de tipo material y moral que debe plantearse una sociedad del Tercer Mundo, del mundo de hoy, del mundo real de hoy. Y creo que en el planteamiento de esos objetivos, en la comprensión de esos objetivos y en la búsqueda de esos objetivos, el papel de la educación, el papel de la conciencia es fundamental”.[27]  

UNA CONCLUSIÓN NECESARIA

La experiencia investigativa y docente nos muestra que el grado de comprensión alcanzado por no pocos decisores sobre la interrelación dialéctica propiedad social–realización socioeconómica–identidad productor-propietario–conciencia económica socialista, y su significación estratégica, dado su carácter determinante sobre el destino de la Revolución y el Socialismo en Cuba, no es suficiente, lo cual explica que no siempre reciba la necesaria prioridad en la adopción de decisiones en los distintos niveles de dirección.

Las razones que desembocan en tal situación pueden ser disímiles, seguramente van desde las propias limitaciones de la teoría, su desconocimiento por escasa divulgación y falta de tiempo, dada la dinámica de la vida actual, hasta su sempiterna subestimación por el enfoque absoluto de la praxis.

 No se trata de recitar libros en cursos y exámenes sino de asimilar una visión metodológica general que sirva de guía transformadora, de la cual debe apropiarse todo aquel que de hecho quiera construir el socialismo. No siempre se comprende que para realizar algo en la práctica primero debe saberse qué es, cómo y para qué se construye, etc, no se entiende esa verdad tan repetida pero no interiorizada de que sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria; entre otras cosas, por eso, en ocasiones, cuando pensamos que nos acercamos al comunismo en realidad nos alejamos de él. Como expresa Fidel Castro Ruz: “(…) hay que darle a la teoría revolucionaria toda la importancia que tiene, no podemos admitir que se debilite lo más mínimo; eso es esencial para la Revolución y es esencial para el futuro, y esencial, más que en nadie, en la juventud, muy importante, decisivo”.[28]    

Claro que la teoría, para que sea tal, debe responder a la dinámica de la práctica y servir a ella. El proceso del conocimiento es infinito. No existen verdades absolutas preestablecidas ni recetas únicas para la solución de ningún problema, menos si se trata de fenómenos sociales como los que nos ocupan. Pero sin el dominio y empleo de lo alcanzado hasta el momento por las ciencias resulta imposible conducir con éxito los procesos tan complejos de la construcción socialista.

La enorme mayoría de los cubanos y casi todos los dirigentes repetimos hasta el cansancio, porque además así aparece en todos los documentos programáticos de la Revolución, que nuestra ideología es el Marxismo, pero no siempre nos percatamos del extraordinario significado de esa afirmación, pues se trata de una particular cosmovisión dialéctico–materialista de todos los fenómenos, tanto naturales como sociales, plasmada en ideas, postulados y teorías coherentes, sistemáticas y exactas, de un método para comprender, explicar y transformar la realidad, de un arma para desarraigar la explotación enajenante y garantizar la liberación plena del hombre como criatura humana, que está a manos de todos y se debe utilizar consecuentemente, con inteligencia, sin dogmas, imbricada al ideario martiano, las tradiciones de lucha, la cultura y experiencia del pueblo. No es sólo un problema de conocimientos sino particularmente de aptitud y actitud individual y social; socialismo y hombres y mujeres nuevos, son términos coincidentes de una misma ecuación: revolución verdadera.

Finalmente, resulta importante resaltar que esta primera parte del trabajo se destinó al análisis general de la interrelación dialéctica entre la propiedad social socialista, su realización socioeconómica, la identidad productor–propietario, la conciencia económica socialista y la eficiencia económico–social, para destacar los vínculos más relevantes, esenciales, que expresan la unidad (todos los cubanos se encuentran en igualdad de condiciones respecto a la apropiación de los medios fundamentales de producción) de lo diverso, propio de la etapa histórica en que se ubica Cuba hoy, como problemática de especial trascendencia teórica y práctica para los destinos de la Revolución, en los marcos del proceso de actualización del modelo de construcción socialista. Se impone ahora el enfoque analítico particular, dada la diversidad presente en las estructuras económica y socioclasista. Este será el objetivo de la segunda parte del trabajo.    

 

REFERENCIAS:



* Profesores de la Escuela del Partido “Carlos Baliño” de Villa Clara.



[1] Castro Ruz, Fidel: Discurso en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre del 2005,  Periódico Juventud Rebelde, Tabloide Especial, No. 11, Año 2005, p. 18

[2] Castro Ruz, Fidel: “El Analfabetismo Económico”, Reflexiones del compañero Fidel, Periódico Granma, 27 de octubre del 2008.

[3] Ver C. Marx y F. Engels: La ideología alemana, Ed. Política, La Habana, 1979, p. 36.

[4] Guevara, Ernesto: Apuntes Críticos a la Economía Política, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 12.

[5] Guevara, Ernesto: Escritos y Discursos, t. 6, Ed, de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, p. 149.

[6] Marx, C: Manuscritos Económicos y Filosóficos, Ed. Progreso, Moscú, 1989, p. 58

[7] Marx, C: El Capital, t. 1, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1980, p. 516.

[8] Ídem p.p. 699-700 

[9] Marx, C. y F. Engels: La ideología alemana, Ed, Política, La Habana, 1979, p. 36

[10] Marx, C: El Capital, t. 1, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana,1980, p. 700

[11] Marx C. y F. Engels: La ideología Alemana, Ed, Política, la Habana, 1975. p. 25.

[12] Marx, C: Contribución a la Crítica de la Economía Política, Editorial Pueblo y Educación, La habana, 1973, p. 12.

[13] Castro Ruz, Fidel: Discurso en el XXV Aniversario de la Fundación del Ministerio del Interior, Revista Cuaba Socialista, No. 6, 1986, p. 84. 

[14] Ver Alberto L. Peña García y Pablo Guerra Bonachea: La conciencia económica en la conciencia social, Editora Política, La Habana, 1986, p.p. 27-63. 

[15] Cabrera Elejalde, Olga Rosa: Que Cultura económica necesitamos hoy.  www.nodo50.org/cubasigloXXI/cong ... 300304.pdf

[16] El Doctor Darío L. Machado ha escrito varios trabajos sobre el proceso de desarrollo del sentimiento de dueños entre los trabajadores, y su significación en la construcción del socialismo en las condiciones concretas de Cuba, que constituyen importantes materiales de consulta obligada para el tratamiento de este tema. Se recomienda ver, especialmente, su trabajo “El sentimiento  de propietario colectivo en el socialismo: una asignatura pendiente” en Temas para un debate, Material del VII Encuentro de Estudios del Trabajo, Imprenta de la CTC, La Habana, 2006.

[17] Lenin, V. I: Del primer sábado comunista en la línea férrea Moscú- Kazán, al sábado comunista del Primero de Mayo en toda Rusia, O. E. (en XII tomos), t. XI, Ed. Progreso, Moscú, 1977. p.p. 101, 102 y 103.

[18] Para ampliar sobre esta temática se recomienda ver Santiago Alemán Santana y Víctor Figueroa Albelo: El modelo cooperativo campesino en Cuba, Ed. Política, La Habana, 2005, p.p. 115-120.

[19] Castro Ruz, Raúl: Discurso de Clausura del XIX Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba, Periódico Juventud Rebelde, 28 de septiembre, 2006, p. 5.                 

[20] Guevara, Ernesto: Escritos y Discursos,  t. 8, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1977,  p.p. 262-263.

[21] Ídem, t. 6, p. 253.

[22] Ver Santiago Alemán Santana: La realización socioeconómica de la propiedad en las Cooperativas de Producción Agropecuaria en Cuba, Tesis de Doctorado, Comisión Nacional de Grados Científicos, La Habana, 2001, p. 79.

[23] Para ampliar sobre el sentido político de los intereses sociales, su tónica clasista, el vínculo entre intereses económicos y políticos y el papel de la voluntad colectiva e individual es recomendable ver F. Engels, Ludwig Feüerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, en Marx y Engels, O. E. (en tres tomos), t. III, Ed. Progreso, Moscú, 1974, p.p. 385-395; y, V. I. Lenin: ¿Qué hacer?, O. E. (en tres tomos), t. 1, Ed. Progreso, Moscú, 1973,  p.p. 165-171.

[24] Lenin, V. I: Sobre los Sindicatos, el momento actual y los errores del camarada Trotski, O. E. (en XII tomos),  t. XI, Ed. Progreso, Moscú, 1977, p.p. 324 y 328.

[25] Lenin, V. I: Con motivo del cuarto aniversario de la Revolución de Octubre, O. E. (en tres tomos), t. 3, Ed. Progreso, Moscú, 1974, p. 661.

[26] Castro Ruz, Fidel: Entrevista realizada por Gianni Miná, en Un Encuentro con Fidel, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1987, p. 201.

[27] Castro Ruz, Fidel: Discurso en la Clausura del V Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, Periódico Granma, 7 de abril de 1987,  p. 3.

[28] Ídem.

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