ETERNA BELLEZA.
Santos A. Borrell Curbelo
ACRC 4-08 Circunscripción 143
Vigía-Sandino. Santa Clara.
Sentado alrededor de la glorieta del parque, contemplo una bella muchacha que conversa con un joven en el portal del antiguo Gobierno provincial. Un rato después, se dirige a la biblioteca pública, José Martí. Mientras Odalis, se desplaza vienen a mí algunos párrafos de un poema de José Ángel Bueza; ¨ es tan bella señor, que hasta tú que me diste ojos para mirarla a ella, tú también la amarías si pudieras ser hombre ¨
Tengo la impresión de que he modificado el poema, pero no me resigno a dejar de contemplarla. Decidido, penetro en el edificio. Allí diviso su figura. Está inmersa en la lectura.
Alguien se está dirigiendo a mí:
--Por favor ¿qué desea usted?- Titubeo, no se que contestar; vuelvo el rostro, y mi vista recorre el parque. Se detiene ante la imagen de una esbelta mujer, que sentada en una silla de bronce. Tiene la mirada fija en el edificio que enorgullece la ciudad, y que fue construido gracias a su bonanza; el teatro La Caridad.
Es temprano aún, grupos de jóvenes de uniforme azul, conversan o pasean por el lugar. Desde el triunfo del 1 de enero de l959, lo pueden hacer todos, no hay distinción de razas ni de credo. ¡Que lindo!
Ahora asombrado, contemplo como ha aumentado la cantidad de jubilados en la ciudad; orgullosa debe sentirse Doña Marta al verlos leer la prensa, ya no tienen que pedir limosna. Tienen la jubilación asegurada.
La bibliotecaria parece impaciente, vuelve a insistirme
--Por favor ¿Ya decidió que desea leer?
--Sí , -dudoso le respondo- algo sobre Marta Abreu.
Trato de sentarme cerca de la joven; ella no levanta la vista.
Comienzo la lectura, encuentro reflejado que el teatro La Caridad fue inaugurado después de un año de trabajo, el 8 de septiembre de 1885, su arquitectura es sobria, semejante a los teatros europeos decimonónicos de la época, pequeño, íntimo con platea en forma de herraduras.
Absorto, leo con interés la obra de Marta; de pronto, noto que la joven se dirige a mí.
--¿Investiga sobre Marta?
--Sí, -le respondo- trato de tomar algunas notas para una ponencia.
--Por favor, acérquese, tomé algunas notas sobre un gesto de ella que es poco conocido, puede que le sirvan.
Ocupo una silla a su lado, mi corazón acelera su palpitar.
--Es algo que aparece en su bibliografía: ¨ invitó a su esposo Luís a dar un paseo. Al pasar frente a la cárcel pública, Marta, mandó a detener el coche. Decidida, lo invito a visitar dicho lugar. Allí encontraron hombres con las carnes laceradas por las golpeaduras, estaban famélicos y desnudos, por lo que ordenó que les compararan medicinas, ropas, zapatos, y un rancho especial.
Pero eso no quedó allí, procedió a denunciar con energía lo que había visto. Los presos eran trasladados atadas las muñecas por unas cuerdas que producía dolorosas desgarraduras de la piel. A la par era un espectáculo público poco edificante de hombres amarrados burda y atrozmente.
Marta Abreu, quiso aliviar el dolor de esas ligaduras y disminuir la inmoralidad pública de aquel espectáculo, regalándole a las cárceles las primeras anillas metálicas con cierre de llave que se conocían, en aquel entonces, en el argot de los presos y custodios con el nombre de ¨ esposas Marta Abreu.¨
Mientras ella lee, solo atino a contemplarla, pienso en los cuadros de Da Vinci.
Vuelvo a buscar con la vista la figura de Marta a través de una ventana. Está allí, sentada en su parque Leoncio Vidal, en su ciudad de Santa Clara; comparo ambas bellezas.
Ella, ayer; ataviada con aquel atuendo de la época, además de física poseía la belleza del alma.
La joven, con su vestimenta ligera, que denota todo lo que ayer era misterio, al leer la obra de Doña Marta Abreu, se recubre de hermosura. Llego a una conclusión.
Los tiempos pasan, la belleza es inmortal.
ACRC 4-08 Circunscripción 143
Vigía-Sandino. Santa Clara.
Sentado alrededor de la glorieta del parque, contemplo una bella muchacha que conversa con un joven en el portal del antiguo Gobierno provincial. Un rato después, se dirige a la biblioteca pública, José Martí. Mientras Odalis, se desplaza vienen a mí algunos párrafos de un poema de José Ángel Bueza; ¨ es tan bella señor, que hasta tú que me diste ojos para mirarla a ella, tú también la amarías si pudieras ser hombre ¨
Tengo la impresión de que he modificado el poema, pero no me resigno a dejar de contemplarla. Decidido, penetro en el edificio. Allí diviso su figura. Está inmersa en la lectura.
Alguien se está dirigiendo a mí:
--Por favor ¿qué desea usted?- Titubeo, no se que contestar; vuelvo el rostro, y mi vista recorre el parque. Se detiene ante la imagen de una esbelta mujer, que sentada en una silla de bronce. Tiene la mirada fija en el edificio que enorgullece la ciudad, y que fue construido gracias a su bonanza; el teatro La Caridad.
Es temprano aún, grupos de jóvenes de uniforme azul, conversan o pasean por el lugar. Desde el triunfo del 1 de enero de l959, lo pueden hacer todos, no hay distinción de razas ni de credo. ¡Que lindo!
Ahora asombrado, contemplo como ha aumentado la cantidad de jubilados en la ciudad; orgullosa debe sentirse Doña Marta al verlos leer la prensa, ya no tienen que pedir limosna. Tienen la jubilación asegurada.
La bibliotecaria parece impaciente, vuelve a insistirme
--Por favor ¿Ya decidió que desea leer?
--Sí , -dudoso le respondo- algo sobre Marta Abreu.
Trato de sentarme cerca de la joven; ella no levanta la vista.
Comienzo la lectura, encuentro reflejado que el teatro La Caridad fue inaugurado después de un año de trabajo, el 8 de septiembre de 1885, su arquitectura es sobria, semejante a los teatros europeos decimonónicos de la época, pequeño, íntimo con platea en forma de herraduras.
Absorto, leo con interés la obra de Marta; de pronto, noto que la joven se dirige a mí.
--¿Investiga sobre Marta?
--Sí, -le respondo- trato de tomar algunas notas para una ponencia.
--Por favor, acérquese, tomé algunas notas sobre un gesto de ella que es poco conocido, puede que le sirvan.
Ocupo una silla a su lado, mi corazón acelera su palpitar.
--Es algo que aparece en su bibliografía: ¨ invitó a su esposo Luís a dar un paseo. Al pasar frente a la cárcel pública, Marta, mandó a detener el coche. Decidida, lo invito a visitar dicho lugar. Allí encontraron hombres con las carnes laceradas por las golpeaduras, estaban famélicos y desnudos, por lo que ordenó que les compararan medicinas, ropas, zapatos, y un rancho especial.
Pero eso no quedó allí, procedió a denunciar con energía lo que había visto. Los presos eran trasladados atadas las muñecas por unas cuerdas que producía dolorosas desgarraduras de la piel. A la par era un espectáculo público poco edificante de hombres amarrados burda y atrozmente.
Marta Abreu, quiso aliviar el dolor de esas ligaduras y disminuir la inmoralidad pública de aquel espectáculo, regalándole a las cárceles las primeras anillas metálicas con cierre de llave que se conocían, en aquel entonces, en el argot de los presos y custodios con el nombre de ¨ esposas Marta Abreu.¨
Mientras ella lee, solo atino a contemplarla, pienso en los cuadros de Da Vinci.
Vuelvo a buscar con la vista la figura de Marta a través de una ventana. Está allí, sentada en su parque Leoncio Vidal, en su ciudad de Santa Clara; comparo ambas bellezas.
Ella, ayer; ataviada con aquel atuendo de la época, además de física poseía la belleza del alma.
La joven, con su vestimenta ligera, que denota todo lo que ayer era misterio, al leer la obra de Doña Marta Abreu, se recubre de hermosura. Llego a una conclusión.
Los tiempos pasan, la belleza es inmortal.
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Juliana -