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OBAMA Y EL REGRESO DE LOS GORILAS

OBAMA Y EL REGRESO DE LOS GORILAS

Por Carlos Fazio (*)

 

México, (PL) Desde que se consumó el golpe oligárquico-militar en Honduras a finales de junio pasado, una pregunta repica con fuerza en varias cancillerías del hemisferio occidental: ¿Quién manda realmente en la política exterior de Estados Unidos?

 

La ambigüedad y las contradicciones en las declaraciones del presidente Barack Obama y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, en torno a si lo que está en curso en Honduras es la consolidación de un régimen golpista, exhibe la complejidad de la actual política estadounidense.

 

Con el paso de los días crece la sospecha de que la asonada cívico-militar en Honduras, además de una arremetida contra los países de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de América (ALBA), es otro test de los halcones que controlan el Pentágono, la Agencia Central de Inteligencia y el Departamento de Estado, para medir la fuerza política del presidente Obama.

 

Según Emmanuel Wallerstein, junto con el asalto al poder en Honduras asistimos a un contraataque de la ultraderecha estadounidense.

 

La última cosa que quería la administración Obama era ese golpe de Estado, ha escrito el politólogo estadounidense.

 

Según él, ha sido un intento por forzarle la mano al actual inquilino de la Casa Blanca.

Asimismo, cobra relieve el hecho de que la pasada administración de George W. Bush dejó un verdadero campo minado a su sucesor.

 

Por todos lados surgen indicios de que quienes controlan y articulan las iniciativas y los instrumentos heredados por la administración Bush a Obama, son figuras del riñón ultraconservador del imperio.

 

Basta citar al ex zar de la inteligencia John Dimitri Negroponte y el ex subsecretario de Estado Otto Reich, protector de la mafia anticubana de Miami, ambos funcionarios de confianza del reaganismo y del clan Bush.

 

Sin embargo, es indudable que la nueva estrategia de reversión de Washington, que busca frenar los avances de gobiernos electos democráticamente en América Latina, está siendo instrumentada por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, del Partido Demócrata.

 

La señora Clinton se ha apoyado en grupos del aparato institucional al servicio del complejo energético militar industrial, que presentan una política de hechos consumados a Obama, para su aprobación.

 

Queda la impresión de que hay una verdadera lucha por el poder entre el presidente constitucional Obama y el "gobierno  permanente" en Washington.

Obama no ha podido (o no ha querido) todavía hacer cambios de personal clave en el aparato estatal.

Se trata de una maquinaria estatal de la que se apropiaron de facto George W. Bush y Dick Cheney y que está compuesta por personal ideológicamente afín a la diplomacia de guerra y las acciones encubiertas de la pasada administración.

 

Fueron esos funcionarios los que dejaron sembradas "minas" en las regiones "calientes" del orbe, para que sus sucesores no pudieran hacer cambios con facilidad.

 

Muchos permanecen en sus puestos en la transición, defendiendo los intereses inamovibles del establishment.

 

Cabe recordar que la ultraderecha estadounidense ve a Obama como un "socialista" en política interna y un "traidor" respecto a las directivas imperiales para Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador.

 

Ante tal situación, crece la duda acerca de si Obama no puede o no quiere realmente desalojar del poder a los golpistas hondureños.

 

Se ha dicho que con sólo congelar las cuentas bancarias de la primitiva oligarquía hondureña, el proceso putchista habría abortado.

 

Y está claro, también, que si Obama se decide finalmente a etiquetar la asonada como un golpe de Estado, se dispara en automático una ley que corta toda ayuda económica y militar de Estados Unidos al régimen Micheletti & Cia.

 

Podría también retirar al embajador Hugo Llorens de Tegucigalpa, y decir que no hay nada que "negociar" entre un presidente constitucional y el actual régimen de facto hondureño. Contaría con el consenso mayoritario de los gobiernos de América Latina.

 

No obstante, la realidad está signada por el silencio de Obama. Una aparente neutralidad que sirve para ganar tiempo a los gorilas hondureños y al sátrapa Micheletti, en su camino hacia la reconquista del poder.

 

La expectativa aumenta. Con el golpe de Estado en Honduras parece haber llegado la hora de la verdad a Obama. ¿Para cuándo el cambio de régimen en Washington?

 

(*) El autor es un reconocido articulista de la prensa mexicana y colaborador de Prensa Latina.

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